En los albores de la fotografía éramos más inocentes. Presumimos que al fotografiar algo podríamos atraparlo intacto, tal y como era, sin añadir ni restar nada. Lo que capturaría la cámara sería algo confiable y más allá de manipulaciones, un documento. Sin embargo, el tiempo y el desarrollo de la fotografía nos encaran con una situación diferente. Pues como dijo el fotógrafo Ernst Haas “Sólo estás tú y tu cámara. Las limitaciones de tu fotografía están en ti mismo, ya que lo que vemos es lo que somos”. En otras palabras la toma de imágenes es un proceso dual en el que el observador captura un momento en el mundo exterior al tiempo que proyecta su mundo interior sobre él.

 

Todas las imágenes presentadas son más que las cosas, personas o paisajes que retratan; pues son un reflejo de las decisiones y la identidad de sus autores. La cámara, la luz, el día, lo que el observador pudo ver de acuerdo a su conocimiento o estado de ánimo, todos son factores para construir la imagen de un momento que no pudo ocurrir antes ni volverá a ocurrir después. La fotografía es un recordatorio de la futilidad y el esfuerzo humano por vencerla al capturar el instante para poder volver a observarlo. También nos recuerda la unicidad del observador detrás del lente. De tal manera que podríamos aventurarnos a decir que tomar fotos puede ser una forma de autoexploración y una fuente de conocimiento. Después de todo las palabras de Aristóteles siguen siendo ciertas: “conocerte a ti mismo es el principio de toda sabiduría”.